Hace poco me enteré que también existe la llamada lágrima; un mínimo de café disuelto en leche. Una mezcla desproporcionada. Una lágrima negra manchando la superficie blanca.
Claro que, nada más melancólico y amargo que el café con lágrimas. Negro, sin azúcar ni edulcorante, tal vez ya frío. Con un leve sabor a sal. Ese que se revuelve con rabia mientras se espera a esa cita que no llega. Que nunca llega.
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